
Pues es el último día en la isla, para cuando lo lean ya no lo será; juro que no me quería ir. Es confuso esto de los tiempos porque voy en el barco escribiendo en la parte alta que es de descanso con un sol de atardecer a mi derecha, la isla frente a mí y un infinito mar de mi lado izquierdo; pero cuando publique esto será hasta que esté en continente en una ciudad como cualquier otra, ¿porque me consterna? hablaré en presente.
Hoy nos tuvimos que levantar más temprano de lo normal pues llegaba barco y había que descargar la mercancía y además llegaba Geiner (si han seguido mi historia ya sabrán quien es, si no, el administrador de la isla y por quien estoy aquí). Yo creo que la magia, energía y encanto de la isla se conjuntaron para darme una cálida despedida a mí y en el caso de Gein una bienvenida.
En Costa Rica y sobre todo en la isla suele llover SIEMPRE. Poco, mucho, por largo tiempo, corto, chipi chipi, todo el día, parando a ratos; pero diario llueve. Ese día amaneció SOBREdespejado, un sol radiante, una luz de amanecer que llegaba a la punta oeste del acantilado que forma a la bahía haciendo que la vegetación resaltara más (cosa que no creía posible). El mar había despertado tranquilo, tanto que casi era un espejo. La lancha llegó, descargamos el alimento, vi a Geiner (lo extrañaba), subimos a desayunar, bajamos a la junta, hubo junta de funcionarios, arreglé los últimos detalles de la maleta y luego: ¡el comienzo de uno de los mejores días de mi vida! (y vaya que es difícil ganar uno de esos puestos).

En el barco teníamos que estar abordados a la 1pm, pero de despedida, nos quisieron llevar a Roca Sucia; un punto de buceo que moría por conocer porque es un punto de limpieza de mis amados y esperados bichos. Tras esperar vestidos bastante tiempo (y de hecho estuvieron a punto de dejarnos alborotados) mientras iban a un barco a llenar los tanques, terminamos zarpando como a las 11:30 camino a aquella gran y única piedra (de hoy en adelante amaré más la geología).
Lo primero que vimos fue, de esperarse, un tiburón punta blanca jajaja (aún sigo sin hartarme de ellos) pero ya sumergiéndonos hasta los 80 pies, ¿que no vimos?. Quedé fascinada porque vi peces trompeta grandes, muy grandes; pero fueron NADA comparado con otros peces que llegué a ver, que ¡no miento! medían metro y medio o dos fácil; justo como en el pasado. Yo a pesar de ser cero ictióloga no podía dejar de verlos porque su tamaño era simplemente alucinante (que mal que hayamos llegado al punto de decir esto). Seguimos avanzando y me sucedió algo rarísimo (prometo que es verídico); así como en las películas que viene algo de suspenso y te ponen una música que ayuda a ponerte nervioso, pues así buceando escuché un sonido que no era de alguna especie o de algún humano bajo el agua, era música de suspenso que me decía “voltea” y bueno siguiendo mis instintos empecé a mirar a todo mi al rededor cuando me doy cuenta que del lado superior-izquierdo mío venía un tiburón martillo en nuestra dirección. Mi primer sentim

Seguimos el recorrido, pasó un segundo martillo, un tercero, un cuarto (no tan seguidos el uno del otro) y debido a la corriente o a que era un buen punto de observación, había veces que nos quedábamos pegados a la pared arrecifal sostenidos de la roca. En una de esas ocasiones me quedé con la mirada clavada en esa roca pues resulta que había corales pequeños en forma de tubo impregnados a ésta y adentro de ellos peces de 1 cm (literalmente) que se asomaban y ocultaban jajaja demasiado tiernos, me reía muchísimo de verlos. Pero mientras veía esas mirruñitas me dí cuenta que mis amigos me empezaron a llamar, volteé y ¡wow! lo que mas deseaba ver estaba ahí, a 10 metros de mí: una escuela de 20 tiburones martillo, no eran cientos cómo dicen que se ven en otros puntos de la isla o temporadas; pero definitivamente es de los espectáculos más magníficos que he visto (y lo defino así porque no me gusta encasillar y decir que es el número 1, pero al menos muy cercano seguro). Se veían tan únicos, tan imponentes, tan guapos, tan armoniosos, tan seguros (e inseguros a movimientos), tan unidos, tan despampanantes. Definitivamente merecen ser los dueños del océano, definitivamente la naturaleza me demostró en ese instante porqué ellos habitan el océano desde hace más de 100 millones de años, desde los dinosaurios, desde antes.

Dicen que lo bueno dura poco y no fue la excepción. A Josué, nuestro guía, se le acabaron las 3000 libras de aire del tanque a los 25 minutos. Rapidísimo. Yo salí con 1800 y los otros dos con un número similar. Pues mi familia siempre me dice que nunca me conformo, pero he de decirles que ha pesar de que me hubiera gustado terminarme mi tanque allí abajo, salí del mar muy conforme, plena, realizada, feliz, ¡al fin (literalmente el fin) los vi!.
Pero la maravilla del día no terminó allí. Tras haberme consentido el amanecer, la isla, roca sucia y los tiburones, la naturaleza no paró; se empeñó en dejarme tatuada en la memoria la belleza del planeta, estoy segura que logrará que mi memoria no falle como suele fallar. Estoy segura que ese día es de esos que se recuerdan para toda la vida.
Nos regresamos en el barco, salimos como a las 3pm y el maravilloso pacífico siguió como espejo (increíblemente no fue necesario el Dramamine ni estar acostada todo el viaje para evitar las náuseas). Me regresé en el mismo barco que llegué (dicen que es el peor) pero a mi parecer estuvo delicioso. En la parte de hasta arriba hay un área de descanso con tumbadoras y sillas a la cual subimos desde terminada la cena. Me acosté en una de las tumbonas mientras Justin y Moisés eligieron sillas a mi lado. Nos quedamos aproximadamente unas 2 horas en silencio viendo el cielo; “¡¿DOS HORAS CALLADOS SÓLO VIENDO EL CIELO?!”, pues he de decirles mis estimados, que estar en medio del pacífico, sin luna, con un cielo 100% despejado y sin civilización (y por lo tanto luz) a más de 250 km a la redonda es un espectáculo estelar IN-igualable-pagable-creíble-sólito. Decidimos en definitiva dormir ahí en lugar del camarote por lo que mis hombres cambiaron su lugar por tumbadoras y fue de las noches más especiales que he tenido.
Primero que nada, la compañía no pudo ser mejor (a ellos dos los aprecio mucho), luego el desvelo (pues no dormimos), nos contarnos historias, señalamos estrellas fugaces, buscamos satélites, desciframos objetos radiantes, con trayectoria irregulares y sin patrón, platicamos y platicamos, fue muy divertido. Ya muy avanzada la madrugada Moisés nos mostró la Luna, no había aparecido en toda la noche y surgió demasiado bella. Se veía el círculo lunar muy grande con tan sólo unos milímetros de luna en la parte inferior que casi tocaban al mar; estaba demasiado baja, como contándole secretos. Y a su alrededor, un cielo roji-vino indicando que el amanecer no tardaba en llegar. Llegó, coloreó el cielo, las estrellas se fueron y saboreamos la cereza del pastel: los delfines comenzaron a brincar a una corta distancia de barco. Fue demasiada belleza contenida. De la isla me voy feliz, maravillada, entregada, realizada, agradecida. No cabe en un pacífico todo lo radiante que me siento. Se termina el sector CR.
